RELIGION – 5TO SECUNDARIA 1ER,2DO, 3ER Y 4TO TEMA (3ER BIMESTRE)

PRIMER TEMA

AMA AL PROGIMO COMO A TI MISMO



ÁMENSE UNOS A OTROS



La Doctrina Social de la Iglesia



En la época de la revolución francesa, Juan Jacobo Rousseau, un filósofo francés que probablemente conoces por tus clases de historia universal, acuñó una frase que hoy es bastante común: "El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe".



¿No suena como un absurdo en sí misma? La sociedad ¿Quiénes la forman? Los hombres, entonces: ¿Quién corrompe a ese hombre que nace bueno? Otros hombres que también nacieron buenos y que al juntarse con otros hombres que también nacieron buenos se volvieron malos ¿De dónde sale entonces el mal según Rousseau? De lo social.



Honestamente hay que decir que esta aproximación es falsa: ni el hombre nace totalmente bueno (por el pecado original), ni la sociedad lo corrompe necesariamente (la sociedad será lo que el hombre sea). Lo social, la sociedad, tiene sus raíces en la naturaleza humana. En la Sagrada Escritura encontramos, desde los inicios de la creación, los fundamentos de la vida social.



Dios, Comunión de Amor, nos creó para vivir en armonía con El, con nosotros mismos, con los demás y con la creación entera. Como imagen y semejanza Suya que somos, tenemos la necesidad de compartir, de vivir en comunión. Por eso, la dimensión de encuentro con los hermanos humanos es fundamental. El mismo Creador reconoce que "no es bueno que el hombre esté solo" (Gen 2, 18). Y crea una compañía adecuada al hombre: otra persona humana que lo ayude. Desde el principio, lo social ocupa un lugar decisivo en la realización de la persona humana



De estas y muchas otras expresiones de la Palabra de Dios surge la constante reflexión de la Iglesia sobre los diversos aspectos y problemas sociales. Se forja así la Doctrina social de la Iglesia.



¿QUE ES LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA?



Antes de pasar a la definición es necesario recordar una consideración muy importante:



El Concilio Vaticano II insistió en una verdad fundamental: como bautizados, cada uno de nosotros es Iglesia.



La vida de la Iglesia es de alguna manera nuestra propia vida. Tiene luces y sombras, como nuestras propias vidas, pero está sostenida y orientada por el Espíritu Santo... como cada uno de nosotros. Por lo tanto, todo lo que se diga de la Iglesia nos atañe profundamente. La Iglesia ha sido fundada para hacer lo mismo que su fundador, el Señor Jesús: servir a todos los hombres.



Por eso la reflexión en torno a la dimensión social de la vida humana ha sido una constante en la vida de la Iglesia desde sus inicios. A esto se le denomina enseñanza o doctrina social de la Iglesia.



Con estas consideraciones pasemos a dar una definición que, sin ser la única es bastante completa:



"La doctrina social de la Iglesia es la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar estas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y a la vez trascendente, para orientaren consecuencia la conducta cristiana



CARACTERÍSTICAS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA



UNIVERSALIDAD



Como el Señor Jesús, su Fundador, la Iglesia está llamada a servir a todos los hombres. Por esto, su doctrina social está dirigida a todos los seres humanos sin distinción de ninguna clase. Hay otra razón muy sencilla: la sociedad no la forman sólo los cristianos sino todas las personas y a todas les compete la construcción de una sociedad más justa y reconciliada. Hay una tercera razón que permite esta universalidad: si bien la enseñanza social de la Iglesia brota de la Revelación confiada a ella, los principios que propone apuntan todos ellos a la realización de la persona humana en la sociedad, son por lo tanto de interés universal.



SANA PREOCUPACIÓN POR LAS REALIDADES TEMPORALES



A la Iglesia, nada de lo humano le es ajeno. Todo lo que interesa al hombre le interesa a la Iglesia. Con razón la llama Juan Pablo II "experta en humanidad". Es por esto que siempre ha sido constante la preocupación por responder a todas las necesidades de los hombres y mujeres concretos de cada época histórica. Esta preocupación se plasma en iniciativas de gran creatividad y realismo en todas las áreas: alimentación, salud, educación, promoción humana, administración, organizaciones de todo tipo. Al encontrarnos con esta característica normalmente surgen las siguientes preguntas: ¿La Iglesia debe "meterse" en política? ¿No? ¿Por qué? ¿Sí? ¿Cómo? En el siguiente acápite están los elementos necesarios para responder.



PRINCIPIOS DE ACCIÓN



Dado que la política debe estar fundada en la preocupación por el bien común, la Iglesia sí promueve la participación de los cristianos en política. Ahora bien: ¿Cómo? La respuesta es un poco más compleja porque la situación concreta también lo es.



Primero, hay que decir que la Iglesia es "signo de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" ("Lumen Gentium" 1). En esta realidad de la Iglesia hay que distinguir diversos ministerios y estados. Según esta diversidad se dará la participación de sus miembros en la vida social. La jerarquía (clérigos, es decir: el Papa, los obispos, los presbíteros y diáconos) y los religiosos (las diversas formas de vida consagrada en la Iglesia) deben ser signo de unidad; no pueden por lo tanto promover la política partidaria dado que los partidos son representantes de intereses que son lícitos pero parciales. Su servicio se centra en facilitar a quienes ocupan cargos públicos o participan de la política partidaria, principios de acción que permitan elaborar modelos que promuevan la solidaridad, la paz y la justicia entre los ciudadanos. La participación en política partidaria corresponde a los laicos, es decir, a todos los bautizados orientados por el mensaje del Evangelio interpretado por la Iglesia.



La enseñanza social de la Iglesia pertenece al campo de la moral cristiana. Justamente ahí está su aporte: no se queda en las cuestiones coyunturales que competen a otras disciplinas sino que va a la conciencia moral del hombre en su situación concreta.



De la misma manera, a la doctrina social de la Iglesia no le compete definir qué sistema político o económico es mejor. Esta característica, lejos de hacerla abstracta, le da su verdadera efectividad en la vida social. Recordemos que son los hombres los que forman la sociedad. Es a ellos a quienes va dirigida la enseñanza social de la Iglesia.



LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Y LOS JÓVENES



Hace ya varios años, el papa Pablo VI y todos los obispos del mundo hacían un llamado urgente: "son ustedes los jóvenes los que van a formar la sociedad de mañana; la salvarán o morirán con ella" (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes 8.12.65). Estas palabras tienen tal vez hoy mayor vigencia. La situación nos presenta nuevos retos. El mundo aparece lleno de injusticias y dolorosas divisiones. No somos espectadores sino protagonistas.



Los jóvenes, especialmente llamados a poner en vigencia la Doctrina Social de la Iglesia.



En su última visita al Perú, el Papa Juan Pablo II se dirigía a los jóvenes peruanos, con las siguientes palabras: "Sólo el Evangelio y la doctrina social que de él emana, pueden ser la fuente de salvación para América Latina. Todas las ideologías extrañas a la Iglesia carecen de ese dinamismo interior capaz de dar paz y justicia a esta querida América" (Discurso de despedida, Callao, 16 de mayo de 1988, n.2)".



Estas palabras nos invitan a un doble compromiso: conocer y vivir la enseñanza social de la Iglesia. A lo primero te puede ayudar este libro. Lo segundo dependerá de la gracia que el Espíritu Santo te concede constantemente y de tu libre cooperación con ella.

SEGUNDO TEMA

“AL QUE TE PIDA EL MANTO DALE TAMBIÉN LA TÚNICA”

LAS FUENTES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Démosle una mirada a las fuentes de donde brota la constante preocupación social de la Iglesia.

EL ANTIGUO TESTAMENTO

Ubiquémonos un poco: el Antiguo Testamento tiene 46 libros. Se dividen en: Pentateuco (los cinco primeros); libros históricos, libros proféticos y sapienciales. Ahora haremos algunas breves menciones de la enseñanza social en el Pentateuco (sobre todo Génesis y Éxodo), los sapienciales (los salmos) y los proféticos.

Sobre el Pentateuco ya dijimos algunas cosas al hablar del Génesis. Ya desde el principio la dimensión social de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios Comunión de Amor, aparece como fundamental para su realización: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gen 2, 18).

Avanzando en la historia de la salvación nos encontramos con la Alianza de Dios con su Pueblo. Esta Alianza es el centro del Pentateuco y de todo el antiguo Testamento. Desde ella se regula todo el comportamiento social de Israel. Mediante la Alianza, Dios reclama de su pueblo fidelidad y una conducta ajustada al divino designio. En la fórmula de la alianza sinaítica 'Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios' (Ex 6, 7) se encuentra implícita la obligación de los israelitas de cumplir con las exigencias religiosas, jurídicas y morales de la Ley de Dios". La Alianza no sólo sirve como norma de conducta sino como medio de unión con Dios en relación con los hermanos. Dios toma como una ofensa a Él mismo cualquier ofensa al hermano: "Quien oprime al débil, ultraja al Creador; el que se apiada del pobre, le da gloria" (Prov. 19, 17).

El Antiguo 'testamento contiene innumerables enseñanzas sobre la vida social. En la foto: El Arca de la Alianza que contenía las Tablas de la Ley, Mosaico bizantino (S-IX).

Los salmos son una escuela de oración. Por medio de ellos aprendemos a orar. Es innegable la importancia que tienen estos cantos inspirados para vivir la relación con Dios. También en ellos aparece este vínculo que la relación del hombre con su hermano tiene con larelación con Dios: "Dios mío, si en mis manos hay injusticia, si a mi bienhechor con mal he respondido, si he perdonado al opresor injusto, ¡que el enemigo me persiga y alcance!" (Sal 7, 5-6). Las enseñanzas sociales de los salmos son frecuentes y sobre diversos aspectos: "No se fíen de la opresión, no se ilusionen con el robo; no apeguen el corazón a las riquezas aunque éstas aumenten" (Sal 62 (61), 11).

Entre los profetas la noción de justicia ocupa un lugar central. Justicia y santidad son dos palabras que significan lo mismo para ellos. Así, la relación de justicia con el prójimo se convierte en la manera de ser santo, es decir de amar a Dios sobre todas la cosas: "Dios de ti reclama: practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios" (Miq 6, 8). Algunas veces Dios clama por los profetas con mucha fuerza: "No se fíen de palabras engañosas diciendo Templo de Yahveh, Templo de Yahveh, Templo de Yahveh es éste' porque si mejoran su conducta y obras, si realmente hacen justicia mutua y no oprimen al forastero, al huérfano y a la viuda, y no vierten sangre inocente en este lugar, ni andan en pos de otros dioses para daño de ustedes mismos, entonces me quedaré en este lugar, en la tierra que le di a sus padres para siempre".

EL NUEVO TESTAMENTO

Jesucristo es la plenitud de la Revelación. Esto quiere decir que todo lo que Dios enseñó antes de la Encarnación encuentra sentido en Él. Todo el Antiguo Testamento se entiende desde Cristo y, al mismo tiempo, las palabras del Señor Jesús se entienden al leer el Antiguo Testamento. El Concilio Vaticano II expresaba esta realidad con la siguiente frase: "En el Antiguo Testamento, el Nuevo está latente; en el Nuevo, el Antiguo está patente". Luego, todo lo que hemos visto sobre la enseñanza social en el Antiguo Testamento llega a su plenitud en el Evangelio.

Resumir todas las consecuencias sociales del alcance del misterio de Dios que se hace hombre es imposible. Señalaremos sólo algunas líneas de reflexión.

Lo central del Evangelio es que nos muestra el camino del amor, clave para la vida humana. Desde el encuentro transformante con el Señor Jesús y la conversión interior al amor de Dios, cada uno descubre el impulso a ir amorosa y solidariamente al encuentro del hermano, recorriendo el dinamismo de servicial entrega del Maestro.

Hay dos dimensiones muy concretas donde el amor de Jesucristo adquiere relevancia social: el perdón y el servicio.

Él nos enseña a perdonar a nuestros hermanos y así hacer crecer las relaciones con los demás en paz y solidaridad. Nada hay más lejano a la manera de pensar y sentir del Señor Jesús que la venganza o el desquite: "Han oído que se dijo: 'ama a tu prójimo y odia a tu enemigo'. Pero yo les digo: 'amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores'" (Mt 5, 43- 44). Perdonar no es una acción aislada sino una actitud constante en el Señor Jesús: "Entonces Pedro se acercó y le dijo: 'Señor, ¿cuántas veces debo perdonar las ofensas de mi hermano?, ¿hasta siete veces?' Jesús le contestó: 'No digas siete veces, sino hasta setenta veces siete' (Mt 18, 21-22).

Él también nos enseña a servir a nuestros hermanos, especialmente a los más necesitados y sufrientes: "Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer? tuve sed y ustedes me dieron de beber; anduve sin ropas y me vistieron; estuve enfermo y fueron a visitarme" (Mt 25, 35-36).

El cristiano debe, con mayor razón, contribuir al bienestar de la sociedad: debe pagar honestamente sus impuestos (Ver Rm 13, 7). San Pablo nos recomienda orar por nuestros gobernantes (Ver 1 Tim 2,2). Todo esfuerzo por llevar adelante la comunidad es una expresión del Amor que el Señor Jesús vino a enseñarnos para que seamos santos y así transformar la sociedad.

El Señor nos invita a la conversión, a la reconciliación con Dios y por lo tanto con nuestros hermanos. Los Apóstoles, esos hombres que vivieron y lo compartieron todo con Él, pusieron por obra sus enseñanzas en las primeras comunidades cristianas: "Todos los creyentes vivían unidos y compartían todo cuanto tenían. Vendían sus bienes y propiedades y se repartían de acuerdo a lo que cada uno necesitaba" (Hch 2, 44- 45). El amor se expresa en la comunión solidaria: "Cuando alguien goza de las riquezas de este mundo y viendo a su hermano en apuros le cierra el corazón, ¿cómo puede estar el Amor de Dios en él?... no amemos con puras palabras y de labios afuera, sino verdaderamente y con obras" (1 Jn 3, 17- 18). La primera tarea social es nuestra propia santidad.

LOS PADRES DE LA IGLESIA (SII AL VIII)

Los Padres de la Iglesia son los testigos de la fe desde la segunda generación de cristianos (S-I1) hasta el siglo VII. Se les dice "Padres" porque velaron por mantener intacta la fe y transmitirla a las generaciones que los siguieron. Ellos interpretaron el mensaje de Jesús y lo estructuraron. Algunos de los principales Padres son: San Ireneo, San Atanasio, San Ambrosio, San Agustín, San Basilio, San Gregorio de Nisa, San Gregorio Nacianceno, San Efrén, San Hipólito, San Juan Crisóstomo.

Todos ellos destacan la importancia del amor al prójimo como consecuencia del amor a Dios. Enseñan con insistencia la "comunicación de bienes". Se trata de que si uno tiene posesiones debe compartirlas con los que no tienen, ya que Dios ha dado los bienes de la tierra a todos los hombres, no sólo a algunos.

También es frecuente la denuncia de las injusticias y los abusos cometidos contra los más pobres. Repiten constantemente la necesidad de ser coherentes en la vida cristiana.

LA PRIMERA ESCOLÁSTICA (S XI AL XV)

En esta época se hace una síntesis del pensamiento de los Padres y se interpreta la Sagrada Escritura a la luz de su enseñanza para adaptarla a las características de finales de la mal llamada edad media.

Los maestros cristianos de esta época ofrecen valiosas enseñanzas sobre el comercio, la cuestión política, el arte del buen gobierno, la caridad, etc. Se condena la usura, es decir, los intereses exagerados que se cobran por un préstamo. Se la condena como contraria a la justicia y el bien de la sociedad. Destacan Pedro Lombardo (S XII), Juan de Salisbury (S XIV) y sobre todo Santo Tomás de Aquino (+ 1274), quien trata acerca de muchos temas sociales en su famosa "Suma teológica".

La Doctrina social de la Iglesia nunca se ha limitado a la doctrina, es decir, a las palabras. En esta época el compromiso concreto de la Iglesia con los pobres se expresó en una serie de instituciones que aún hoy resultan ser vitales para la vida social. Ya lo dijimos, se trata por ejemplo de los hospitales, que surgen como una iniciativa del amor cristiano canalizado especialmente por las órdenes religiosas; y de las universidades, que brotan de la búsqueda constante de la verdad que la vida cristiana inspira a quien se esfuerza por vivirla a plenitud.

LA SEGUNDA ESCOLÁSTICA (S XVI AL XVII)

Esta época es sumamente interesante. El mundo ha cambiado mucho. El descubrimiento de América es uno de los hitos claves. Lo que nosotros conocemos como "mundo entero" es una novedad. Los desafíos son inmensos. Un mundo nuevo. Es algo así como si hoy encontráramos un planeta idéntico al nuestro. Con gente de color y costumbres nunca vistas. Lo que pasó, como toda historia humana, tiene luces y sombras. La Evangelización se enciende apasionadamente en el corazón de los europeos. Y tiene que luchar contra las injusticias que también vienen de Europa. Porque también hay otras pasiones encendidas: la ambición, la sed de poder, tener y placer.

Por otro lado, este mundo nuevo no era tampoco un paraíso: habían también explotaciones, injusticias, guerras fratricidas, ambición. Basta dar una vuelta por algún museo precolombino y ver los indicios de sacrificios humanos, las expresiones de miedo, ignorancia y fetichismo. Sin embargo entre esos males se ven altísimas notas de civilización y sabiduría como las normas morales del incanato tan acordes con la moral cristiana. Luz y sombra aquí. Luz y sombra allá. El mal y el bien luchaban en Europa tanto como en América. Hoy es igual. Es una ingenuidad, cuando no una injusticia, culpar a Europa de las desgracias de América.

En este marco surge un fecundo pensamiento social que se orienta a poner los principios que deben regir las instituciones y a combatir las injusticias y la explotación. Brillan entre sus gestores Francisco de Vitoria y Domingo de Soto. Elaboran por primera vez el Derecho Internacional.

La sed de evangelizar, de llevar al Señor Jesús hasta los más apartados rincones de América, no se queda en el desarrollo del necesario marco jurídico, filosófico y teológico de la justicia, se concreta heroicamente en el servicio a los más necesitados. Surgen hombres como San Pedro Claver, apóstol de los esclavos; Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas; Vasco de Quiroga y el Padre Castillo,- San Martín de Porres, Nicolás Ayllón, San Francisco Solano, San Juan Macías. Destaca Santo Toribio de Mogrovejo, segundo Arzobispo de Lima, incansable viajero y pastor. Surgen santas como Santa Rosa de Lima y Sor Ana de los Ángeles.

EL SIGLO XIX: LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Nuevos tiempos, nuevos problemas. Nuevas injusticias, nuevos desafíos. Surgen el marxismo y la ideología liberal-capitalista y con ellos una de las explotaciones más inhumanas y en mayor número que se hayan visto. Los nuevos tipos de trabajo traen el peligro de la

deshumanización del obrero. La tensión en las diversas sociedades del mundo aumenta. Son muchos los cristianos que luchan por dar la única respuesta a los nuevos desafíos: la vida cristiana. Federico Ozanam, Felipe Buchez, Carlos de Coux, Constantin Pecquer brillan por sus inicativas en diversos ámbitos del desarrollo social. El obispo de París, Dionisio Affré, muere en un enfrentamiento mientras buscaba la reconciliación entre diversos grupos sociales.

Nace en este clima el Magisterio social pontificio.

EL MAGISTERIO SOCIAL PONTIFICIO

Es el conjunto de documentos (encíclicas, exhortaciones, cartas apostólicas, etc.) escritos por los Papas para enseñar sobre cuestiones sociales.

La primera encíclica social, Rerum Novarum, es de 1891, Salió a la luz en plena ebullición del capitalismo liberal y el marxismo. Fue una respuesta oportuna y clara a las cuestiones sociales. Hoy la historia le da la razón. Las ideologías que combatían lo que el Papa León XIII dice en esta famosa encíclica, han desaparecido víctimas de sus propias contradicciones: el muro de Berlín las enterró con su caída en 1989. El Magisterio Pontificio sigue. Démosle una hojeada a los principales documentos sociales:

"Rerum Novarum" (Sobre las cosas nuevas)

Fue escrita por León XIII en 1891. Trata sobre el problema de los obreros, rechazando los abusos a que eran sometidos por parte del capitalismo liberal, así como el engaño y la manipulación del socialismo marxista.

"Quadragesimo Armo" (A los cuarenta años)

Escrita por Pío XI en 1931, es una evaluación de la realidad social hecha 40 años después de la anterior encíclica. Rechaza tanto la ideología capitalista como la ideología marxista y defiende el derecho de la propiedad, así como la justa retribución del trabajador por el salario.

"Mater et Magistra" (Madre y maestra)

Escrita por Juan XXIII en 1961, trata sobre la nueva situación social, que se caracteriza por la "mundialización" del problema social: países ricos en relación con países pobres. Describe el subdesarrollo y critica la falta de solidaridad de los países ricos ante los sufrimientos y privaciones de los países pobres.

"Pacem in Terris" (Paz en la tierra)

También de Juan XXIII, en 1963. Es importante porque habla acerca de los derechos humanos, y porque hace un llamamiento a la paz, ante la posibilidad de una guerra nuclear entre las superpotencias. La paz debe basarse en el respeto entre los hombres y los Estados.

"Populorum Progressio" (El progreso de los pueblos)

Escrita por Pablo VI en 1967, toca el tema del desarrollo integral y solidario, y lo define como "el paso de condiciones menos humanas a más humanas". Insiste en un punto de gran importancia: la economía debe estar al servicio del hombre, no el hombre al servicio de la economía.

"Octogésima Adveniens" (En el octogésimo aniversario)

Escrita también por Pablo VI en 1971, es una carta que conmemora el octogésimo aniversario de la "Rerum Novarum" en donde analiza las ideologías más destacadas en ese momento y subraya la importancia de cambiar las estructuras temporales y los corazones para dar solución al problema social.

"Laborem Exercens" (Ejerciendo el trabajo)

Es la primera encíclica social escrita por Juan Pablo II, en 1981. Enseña cuál es la visión cristiana del trabajo, a partir del ejemplo de Jesús, cuya vida oculta es un verdadero "Evangelio del trabajo". Destaca también, la primacía del trábalo sobre el capital, por ser expresión de un sujeto. Humano.

"Sollicitudo Reí Socialis" (La preocupación social de la Iglesia)

También de Juan Pablo II, en 1987, para celebrar en vigésimo aniversario de la "Populorum Progressio". Señala que el subdesarrollo es una amenaza para la unidad del género humano y cómo la división del mundo en bloques ideológicos y económicos no ayuda al desarrollo de los pueblos más necesitados.

"Centesimus Annus" (Cien años después)

Es la última encíclica social de Juan Pablo II, escrita en 1991 para celebrar el centesimo aniversario de la "Rerum Novarum". En ella, el Papa analiza el derrumbe del marxismo ocurrido en 1989, así como el papel del Estado en la transformación social, y subraya los elementos principales de una correcta antropología cristiana, fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia.

Con el paso del tiempo, aparecerán nuevos documentos. La preocupación de la Iglesia por los asuntos sociales es grande y no es asunto concluido, ella seguirá respondiendo constantemente a los desafíos de la realidad según el Evangelio siempre actual a lo largo de la misión.

De este recorrido por las principales encíclicas sociales, sacamos una conclusión: a lo largo de la historia, los que han vivido más comprometidos con la realidad social de los hombres y han contribuido más a solucionarla han sido los santos. Esto nos lleva a la conclusión más importante: la primera tarea social es la de la propia santidad. Si querernos ayudar en verdad, debemos esforzarnos por convertirnos y ser más santos, o sea vivir realmente nuestra fe. De esa manera podremos trabajar auténticamente para construir la civilización del amor.

TERCER TEMA

“¿QUIEN ACTUO COMO PROJIMO?”



Cambiar nuestra sociedad no es, como ya vimos, una opción más entre otras. No se trata de un iluso sueño juvenil sino de una necesidad vital. No estamos ante una posibilidad sino ante un desafío. Y ante un desafío sólo se pueden hacer dos cosas: asumirlo o huir de él. Asumir este desafío es optar por una auténtica cultura de vida. Huir es una cobardía.



Hoy, terminando el siglo XX, estas palabras cobran un sentido especial. Los jóvenes creyentes estamos llamados a transformar nuestra sociedad ¡Asumamos con valor el reto!



Pero, así como un edificio no se puede construir sin planos ni cimientos, una sociedad nueva no se puede construir sino sobre bases humanas sólidas e ideas claras que correspondan a ellas.



Ambas cosas las encontramos en la enseñanza social de la Iglesia: las bases sólidas en la conversión al Señor Jesús, Hijo de María; las ideas claras, en los principios y reflexiones sobre la sociedad que la Iglesia nos ofrece.



Sin el cambio del corazón nada podrá cambiar; y si no nos esforzamos por tener en claro cómo vamos a cambiar la sociedad tampoco haremos nada. Ambas realidades son indispensables.







CONVERTIRNOS



Lo primero es tener en claro que "nadie da lo que no tiene". Esta frase, que es tan evidente, suele olvidarse en la vida concreta. Quien no vive la reconciliación en sí mismo no podrá construir una sociedad reconciliada.



Vemos por todos lados intentos de construir una sociedad en paz. Fracasan porque, como vimos, la violencia tiene su raíz en el corazón del ser humano dañado por el pecado. Y se suele buscar en todas partes, menos en el pecado, la solución a los problemas.



Nuestro primer paso para cambiar la sociedad es la conversión, la reconciliación con Dios que redunda en la reconciliación con nosotros mismos, con los demás y la creación toda. Nosotros podemos dar ese primer paso porque el Señor Jesús ya lo dio hacia nosotros. Él nos conoce muy bien. Es cuestión de responder con generosidad y coraje a su requerimiento: construir un mundo mejor, más justo y fraterno; construir el Reino de Dios. En el Evangelio hay muchos ejemplos de conversión. Cualquiera de ellos es muy iluminador pero tal vez uno de los más completos es el pasaje del encuentro del Señor con la samaritana en Jn 4, 1-42. Veamos brevemente cómo Jesucristo se acerca a cada ser humano a la luz de este pasaje.



Samaría era un pueblo vecino a Jerusalén. Tenía su propio lugar de adoración. Para los de Jerusalén (judíos) ese lugar no era legítimo y despreciaban a los samaritanos. Para los samaritanos, los judíos eran unos soberbios. La razón por la que los judíos despreciaban a los samaritanos era religiosa: éstos (los samaritanos) se habían mezclado con pueblos paganos, y por eso los judíos los consideraban impuros.



Jesús era judío. Venía cansado y sediento. Le pide a la mujer que se acerca al pozo un poco de agua. Él da el primer paso. Jesús, que es Dios, pide un poco de agua.



La mujer parece querer cobrar la antigua revancha: "¿Cómo tú que eres judío me pides de beber a mí que soy samaritana?. "El Señor le responde misteriosamente: "Si supieras quién soy... yo te daría agua viva". La mujer se da cuenta de que este hombre es especial.



La samaritana parece asustarse porque vuelve a tomar distancia poniendo entre otras cosas, la vieja cuestión: "El pozo es hondo... ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob?". Jesús le responde que sí con palabras más misteriosas todavía: “...el agua que yo daré se hará en quien la beba, manantial que brote hasta la vida eterna",



La mujer pide el agua pero no sabe muy bien de qué se trata: "... para que no tenga que venir aquí a sacarla...". Parece algo confundida, en todo caso lo que quiere es comodidad.



El Señor Jesús no se niega. Él quiere que la mujer entienda de qué se trata, de qué agua habla y le dice: "Trae a tu marido". La mujer responde: "No tengo marido". El Señor Jesús la conoce, sabe con quién habla y se lo hace saber. El Señor ve la realidad. El truco de la mujer se disuelve con la verdad. Su más profunda desgracia sale a la luz: "Has tenido cinco maridos..."



La mujer se siente descubierta y reconoce: "Veo que eres profeta". Pero se asusta. Quiere esconderse, por eso vuelve a tratar de poner la conversación en términos de la vieja discusión: "Nuestros padres adoraron en este cerro...".



El Señor Jesús salta la cuestión. No le interesa discutir: "Dios es Espíritu y los que lo adoren deben hacerlo en Espíritu y Verdad". El Señor no obliga, invita.



La mujer habla del Cristo. Tal vez trata de poner una última barrera: "Él nos lo explicará todo..."



Ese corazón ya estaba preparado para acogerlo, el dulce Señor de Nazareth lo ha ido conduciendo paso a paso hasta la verdad. No fuerza ni obliga, ama: "Yo Soy. El que te está hablando".



El resto es la consecuencia. La mujer se pone a evangelizar. Ya nada teme: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hecho. ¿No será el Cristo?".



Este hecho es un modelo de encuentro con el Señor Jesús. Él nos busca permanentemente, sabe todo de nosotros. En acogerlo en el corazón está la verdadera felicidad. Y cuando alguien es feliz, si su felicidad es verdadera, lo primero que le nace es hacer felices a los demás según el máximo de su capacidad y posibilidades.



Este primer paso es la raíz de los siguientes. Sin conversión al Señor Jesús, modelo de humanidad, difícilmente podremos hacer algo por ayudar al hermano.







VER



Después del primer paso, que es la propia conversión, debemos mirar alrededor. Pero hay que estar atentos para no confundirnos. Mirar alrededor requiere no olvidar la vocación cristiana que hemos descubierto en nuestra conversión. Esta visión de la realidad no puede estar desligada de nuestra fe. De otro lado, no podemos tratar de dar una respuesta sin conocer la realidad. Sería como responderle algo a alguien que no nos ha preguntado nada o responderle de una manera que no se entiende por falta de contexto.



Se trata de ver los problemas, las causas, las circunstancias concretas de las personas a las que queremos responder. Hay una expresión que es muy útil para este segundo paso: leer los signos de los tiempos.



¿Qué son estos signos de los tiempos? Son las características saltantes de cada época de la historia. Para conocerlos es muchas veces necesario recurrir a las ciencias humanas, pero siempre hay que tener presente que son herramientas y que, como tales, son relativas a un fin que es la promoción del hombre a todo nivel. Es necesario aclararlo porque hay mucha confusión sobre lo que se encierra bajo el calificativo de "científico". Bajo este calificativo suelen venderse una serie de reduccionismos.



El reduccionismo es, como su nombre lo indica, reducir la realidad a uno solo de sus aspectos. Por ejemplo: la persona humana tiene un cuerpo material, pero no es sólo materia; el materialismo dice entre otras cosas que el ser humano es la máxima evolución de la materia y que nada que no sea material se puede conocer ni es relevante para la promoción de la persona. Con una visión así de la realidad el hombre termina reducido a una cosa. Una cosa complicada, pero cosa a fin de cuentas.



Para entender mejor este paso del "Ver" pongamos como ejemplo nuestro propio país: si miramos a nuestro alrededor descubrimos muchas rupturas, mucha pobreza e injusticia. Las causas son diversas y complejas. Para entenderlas es necesario formarnos, estudiar, capacitarnos en lo que podamos hacer según la vocación que cada uno tenga. Hay rupturas como la pobreza, la violencia y la injusticia social pero también hay muchas posibilidades y esperanzas: somos un país con una fe muy arraigada, con una cultura católica muy profunda, con recursos humanos y naturales abundantes. Cada región del país tiene sus características propias que es necesario tener en cuenta para proponer la respuesta que Jesús nos ha dado.







JUZGAR



El tercer paso es juzgar desde el Evangelio. Quiere decir interpretar la realidad que hemos percibido en el paso anterior comparándola con lo que nos dice nuestra fe. Los problemas sociales, económicos y políticos son juzgados desde los criterios dados por el Señor Jesús y que la Iglesia nos enseña.



Como decía la "Populorum Progressio", se trata de hacer que la situación cambie y pase de situaciones menos humanas a situaciones más humanas.



Para hacer este juicio de la realidad la enseñanza social de la Iglesia es una herramienta invalorable. La larga serie de pronunciamientos pontificios y episcopales es una instancia de consulta y crecimiento en la comprensión de los problemas sociales. Muchos de ellos tienen el esquema que estamos estudiando aquí: convertirse, ver, juzgar, actuar. En nuestro caso, tenemos que conocer especialmente bien los documentos de las conferencias episcopales de Río (1955), Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992); también es necesario conocer el magisterio pontificio de Juan Pablo II en sus dos visitas al Perú en 1985 y 1988.







ACTUAR



Una vez encontrado el Señor Jesús, visto y juzgado la situación a la luz de la fe, hay que actuar. Las acciones deben ser concretas, coherentes y constantes.



En el caso concreto de nuestro país, se trata de hacer frente a los problemas de miseria, desesperanza e injusticia que encontramos promoviendo estructuras de reconciliación y un trabajo serio de catequesis y promoción humana. La tarea es inmensa pero también lo es el amor del Señor que nos invita realizarla.



Como acciones en esta línea tenemos el ejemplo de los clubes de madres, los comedores populares y talleres que promueven las diversas parroquias sobre todo de los sectores marginales, los albergues y asilos que con gran esfuerzo son atendidos por diversas congregaciones religiosas, los colegios y universidades que promueven la formación de profesionales con conciencia cristiana, los hospitales y clínicas. Todos están llamados a participar en esta tarea de la solidaridad cristiana.



De otro lado, ya que vivimos en un mundo en constante cambio, se hace necesaria la constante revisión de la utilidad y eficacia de las acciones asumidas juzgándoles siempre desde los tres pasos anteriores. De lo contrario, corremos el riesgo de quedarnos en la actividad por la actividad, perdiendo de vista que toda acción social de la Iglesia está dirigida a la Evangelización.



Una cosa queda clara: no podemos permanecer pasivos. Cada uno tiene su parte en la tarea de la reconciliación y en ese sentido todos somos indispensables.

CUARTO TEMA
“QUIEN AMA A SU HERMANO A QUIEN VE...”

Estas palabras del Señor se concretan en la enseñanza social de la Iglesia. Fiel al Señor Jesús, la Iglesia enseña desde su fundación que el amor al prójimo es la primera concreción del amor a Dios. La Revelación es el fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, de sus principios y valores.



LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y hemos sido invitados a vivir en Comunión con Él. Dios nos creó con libertad, voluntad e inteligencia para que buscando y amando la verdad fuéramos felices en relación con nuestros hermanos. De esta fuente última brota nuestra dignidad única e inalienable.

Por obvio que parezca hoy más que nunca hay que afirmar la dignidad inalienable de la persona humana. Como ya comentamos éste es el siglo de los grandes humanismos y paradójicamente lo es también de las peores violaciones de la dignidad Humana.

La Iglesia ha defendido siempre la dignidad humana, especialmente de aquellos que parecen menos "útiles" a la sociedad: los no - nacidos, los ancianos, los enfermos, los más pobres.





LOS DERECHOS HUMANOS

Son los derechos que se siguen de la dignidad de la persona humana y, como ella, tienen su fundamento en el hecho de que somos imagen y semejanza de Dios. Sin creer en Dios difícilmente se pueden defender los derechos humanos sin caer en errores o interpretaciones arbitrarias de los mismos en favor de intereses de alguna determinada clase social, ideológica, política o intereses comerciales, económicos etc.

Los principales derechos humanos son: el derecho a la vida, a la libertad de pensamiento, la libertad religiosa, a la intimidad, a la educación y alimentación. Hay que tener en cuenta que estos derechos comportan también los deberes que se siguen en relación a uno mismo y los demás. Es importante señalarlo porque no se suele pensar en los deberes y sí reclamar los derechos. Ambas realidades son dependientes entre sí. Todo derecho implica un deber. Lo veremos más ampliamente en el siguiente capítulo.



LA PERSONA Y LA SOCIEDAD

Dios nos creó para vivir en sociedad, para formar una comunidad con nuestros semejantes de manera análoga a la Comunión de Amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto que de repente suena muy abstracto o alejado de lo cotidiano es en realidad lo más concreto que encontramos para comprender los fundamentos de la vida social. Siendo imagen y semejanza de Dios, estamos llamados a vivir en comunión con nuestros hermanos porgue nuestro origen que es Dios mismo es Uno y Trino. Un obispo expresaba esta realidad con las siguientes palabras: "Cuando Dios dice que no es bueno que el hombre esté solo lo dice porque Dios no está solo".

Ahora bien, la sociedad sólo tiene sentido en relación a la persona humana. No hay que creer en falsas oposiciones que terminan por caer o en un individualismo donde lo único que importa es el individuo o en un sociocentrismo en el que se sacrifica a la persona por la sociedad.





EL BIEN COMÚN

El Estado tiene su razón de ser en este principio. Un Estado que no busque el bien común, o lo reemplace por otros intereses parciales, está traicionando su naturaleza, se hace por lo tanto ilegítimo y no debe ser obedecido.

Sobre el bien común, la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, nos dice que es "el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección" (GS 26).

El bien común como su nombre dice, afecta la vida de todos y para realizarlo son necesarias una serie de características. Veamos dos que no pueden faltar nunca:

- El respeto a la persona por el hecho de ser persona, sin condicionamiento alguno. Las autoridades están obligadas a velar por el respeto de los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana, como son el ejercicio de sus libertades naturales que le permiten el desarrollo de su vocación: "derecho a actuar de acuerdo a la recta norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad, también en materia religiosa" (GS 26, 2).

- La paz que implica estabilidad y seguridad.

El bien común está orientado hacia el progreso de las personas: "El orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas (...) no al contrario"(GS 26, 3). Este orden se fundamenta en la verdad, se construye en la justicia y se nutre en el amor.



LA SOLIDARIDAD: UNA NECESIDAD INTERIOR

La solidaridad, sinónimo moderno de la caridad, es una necesidad del corazón humano que se plasma en las estructuras sociales. La Doctrina Social de la Iglesia tiene en esta virtud uno de sus principales fundamentos. Esta solidaridad brota directamente del Evangelio:

"Si alguien te pide el manto, dale también la túnica" (Le 6, 29)

"Esta viuda ba dado más que ninguno porque ellos daban de lo que les sobraba, ella, en cambio, dio de lo que tenía para viviré'(Le 21, 2)

El principio de solidaridad nos enseña que debemos compartir los bienes. Este principio se expresa pues en la justa distribución de las riquezas y en la cooperación mutua por el bienestar común.

El bien común presupone las condiciones necesarias para el desarrollo de todas las personas.



LA SUBSIDIARIDAD

El principio de subsidiaridad protege a la familia.

El principio de subsidiaridad es "el principio que impide que una estructura social de orden superior interfiera en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias y promueve que esta estructura social superior sostenga a la inferior en caso de necesidad y la ayude a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común". (Sollicitudo Rei Socialis)

Se puede ver más claro con un ejemplo (hay que aclarar que no debemos quedarnos en los ejemplos). Supongamos que un grupo de personas funda un club de fútbol. Este club será la estructura inferior. El deporte está dentro de los objetivos educativos del estado, que será la estructura superior. El club tiene derecho a su propia organización interna e iniciativa privada siempre y cuando sus fines no se aparten de los fines del bien común que es la educación. El estado tiene la oblig